
Anoche, a pesar de que lo que me está martilleando la cabeza estos días,
dolorosamente está ahí, por no amargar a nadie más de lo necesario y
despejar mis dudas, había decidido dejar claro con mis mujeres la
ventajosa diferencia entre sentirse loba o sentirse leona. Esto que no
es más que una reflexión ligera -o no
tan ligera- de lo que puede ser nuestra norma de conducta, es necesario
que quede aplazado para traerlo a colación en algún otro momento menos
dramático que el que estamos viviendo con la serie interminable de
mujeres asesinadas a causa de la violencia machista. Sé de la
indignación de la gente de bien ante esta terrible plaga, pero a mí me
surgen tantas dudas con respecto a las acciones a realizar para intentar
atajarla, que no soy capaz de acertar cuál debe ser mi actitud. Desde
siempre he tendido a recomendar constancia y paciencia en el camino a la
Igualdad de género; total, solucionar una situación injusta vivida
durante miles de años, era mi argumento, no se puede pretender
desarraigarla del pensamiento colectivo de un día para otro, y, como
las mujeres, si estamos sobradas de algo, es de paciencia, ejerzámosla
mientras vamos esparciendo la semilla de la deseada igualdad. Pero esto
sólo es posible si se trata de vivir, aunque sea de mal vivir, pero cómo
se les puede pedir paciencia a esas mujeres cuya vida vale tan poco en
manos de sus verdugos.
Una de mis peores dudas es pensar que estamos equivocando el camino. Cada vez que una mujer muere, a quienes nos horroriza esa muerte, nos echamos a la calle a pedir que sea la última, y al día siguiente, sino el mismo día, se produce otra muerte nueva, y otra, y otra, y así hasta alcanzar cifras insoportables. A los violentos nada les importan nuestras protestas, es más, a veces, tengo la sensación de que eso les provoca el placer de ejercer su insano poder, y el nuestro, nuestro poder, a mi modesto entender, debiera ser ejercer presión sobre quien tiene el deber de escuchar nuestra protesta y poner los medios necesarios para atajar esta sangría, es decir a los legisladores, que con la ley en la mano, podamos defendernos de quienes atentan contra la vida que también ellos debieran defender.
Una de mis peores dudas es pensar que estamos equivocando el camino. Cada vez que una mujer muere, a quienes nos horroriza esa muerte, nos echamos a la calle a pedir que sea la última, y al día siguiente, sino el mismo día, se produce otra muerte nueva, y otra, y otra, y así hasta alcanzar cifras insoportables. A los violentos nada les importan nuestras protestas, es más, a veces, tengo la sensación de que eso les provoca el placer de ejercer su insano poder, y el nuestro, nuestro poder, a mi modesto entender, debiera ser ejercer presión sobre quien tiene el deber de escuchar nuestra protesta y poner los medios necesarios para atajar esta sangría, es decir a los legisladores, que con la ley en la mano, podamos defendernos de quienes atentan contra la vida que también ellos debieran defender.
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