viernes, 18 de julio de 2014

¿Soy o no soy feminista?



¿Soy o no soy feminista?

Después de haber asistido en la última semana a dos jornadas organizadas cada una de ellas por distintos organismos públicos,  y tras  comparar la poca asistencia a los actos y repercusión mediática de las mismas con las actividades proyectadas por Ágora y ejecutadas en el primer semestre del año, he comenzado a analizar la situación de las mujeres y de lo que está pasando a nuestro alrededor

Debo confesar que me encontraba un poco desanimada, en tanto que cada vez nos cuesta más contar con la gente, y las nuevas actividades proyectadas y dirigidas a las mujeres jóvenes parece que no terminan de interesar. Los medios de comunicación tampoco  se hacen eco de nuestras noticias, y sólo les interesamos para temas con mucho morbo, que sean polémicos, provocadores o bien contengan dramas humanos.

De ahí, que me esté replanteando estos días cuál debe ser el trabajo de las asociaciones de mujeres, y si es necesario un nuevo planteamiento feminista, o por el contrario estamos obligadas a volver a la acción, con reivindicaciones que hagan ruido y nos saquen en las noticias, convencidas de que lo que no está escrito no está en el mundo.

Y digo esto, porque cuestiones como el empoderamiento de la mujer, la igualdad, o la corresponsabilidad y la conciliación laboral  dan la impresión de que son temas manidos, y por tanto compruebo que causan bastante hartazgo. En cambio, si tocas temas como la violencia de género o el aborto tienes público garantizado, pero claro para un sector concreto del feminismo, el resto, pasa también del tema.

No ha ayudado tampoco que nuestras organizaciones de mujeres durante demasiado tiempo hemos estado contado las mismas cosas, con las mismas mujeres, y las mismas caras, por lo que el discurso del patriarcado, la revisión de la agenda política, la reivindicación de la presencia en los espacios públicos de las mujeres, es para muchas algo sectario y excluyente. Otras a su vez, son consideradas de no feministas y carecer de perspectiva de género en cuanto  difieres o no acates los planteamientos de las “auténticas feministas”,

En mi opinión, el problema del feminismo  que aún no cuenta con una definición unívoca del mismo, que sea capaz de integrar todas las reclamaciones de las mujeres, ya que se ha caracterizado más por sus acciones que por otra cosa, segmentando a las mujeres, incluso enfrentándolas. Cómo definición, aunque controvertida, me gusta  aquella que lo define como “la defensa de los derechos de la mujer se ha basado en la convicción de la igualdad entre los sexos, y en la más general concepción del término se refiere a cualquier persona que es consciente de cualquier subordinación de la mujer, sea cual sea su causa, y lucha contra ella. (Lisa Tuttle, 1986)

Desde el nacimiento del feminismo como movimiento social que pretendía dotar a la mujer de los mismos derechos que los hombres, y luego como corriente filosófica existencialista donde se pasó a un feminismo de segunda ola, en el que se ve a la mujer como producto de una cultura patriarcal que hay que abolir si queremos liberarnos de nuestras ataduras, hemos pasado al postfeminismo, corriente que criticaba los métodos empleados por esas feministas, reconocen el papel de la mujer ahora sí investida de derecho, derechos logrados precisamente por la lucha de las que nos han antecedido, para llegar a un punto donde lo que se defiende es una ideología de género. Es en estos momentos en el que el postfeminismo parece que empieza a diluirse, y la crisis económica, el envejecimiento de la población y la escasez de nacimientos en el primer mundo hacen que de nuevo  tengamos la necesidad de revisar nuestros postulados feministas.

La mujer, como hembra de la especie humana está biológicamente diseñada para ser la reproductora y la cuidadora ¿Por qué algunas personas entonces se empeñan en negarlo y decir que eso es fruto de una educación patriarcal? ¿Acaso la hembra primate, que desde Darwin no se cuestiona nuestros orígenes,  no hace lo mismo?

Por tanto, partiendo de la premisa de que no se pueden negar las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, sobre capacidades, emociones, habilidades, tampoco podemos negar que las mismas hayan condicionado la historia del ser humano, su cultura y su tradición.

Esas diferencias no tienen por qué afectar a los derechos de las personas. Aquí si todos y todas tenemos que tener los mismos derechos y oportunidades. Por eso se empieza a hablar ahora de equidad, porque lo que se trata es de dar a cada uno lo que es de justicia natural, no porque lo diga una norma.

Sin embargo, en estos momentos en los que sobre el papel, y al menos en nuestro país, todos somos iguales ante la ley, la mujer sigue observando que sigue estando detrás del hombre en derechos. Esta realidad es la que las nuevas feministas intentamos modificar, contando para ello con los hombres, como parte fundamental del negocio jurídico, porque necesitamos del pacto social si queremos transformar la sociedad.

En efecto, las consecuencias de la situación de crisis de valores y económica en la que nos encontramos compromete los avances logrados por nuestras predecesoras, poniendo en peligro el concepto que muchas tenemos de una sociedad justa e igualitaria.

Así, las mujeres españolas hemos accedido a estudios en igualdad de condiciones, demostrando nuestras capacidades académicas sobradamente. Sin embargo, nuestra posición en las  empresas, organizaciones políticas, sindicales, universidad, etc, sigue siendo muy inferior al que la lógica exigiría, no por cupo, sino por méritos. También hemos accedido al empleo, sin embargo nos encontramos una situación de abandono de las carreras profesionales de muchas mujeres, la renuncia a los tiempos completos en su trabajo, las excedencias por cuidado de hijos/as y personas dependientes y la contratación a tiempo parcial. Nos ocupamos del trabajo doméstico, incluso de los nietos para que nuestros hijos e hijas puedan trabajar. Nos sacrificamos por nuestra familia, incluso ahora muchas son las que sostienen la economía de su familia y sus hijos.

Con ello, las mujeres no somos conscientes aún de las consecuencias negativas que de ello se deriva en caso de rupturas matrimoniales (más del 50% de los matrimonios celebrados en España terminan en divorcio), independencia económica, y sobre todo y lo más alarmante el tema de las pensiones. Lo vemos muy lejos algunas, pero las consecuencias van a ser muy dramáticas, ya que los derechos generados para una futura pensión son inferiores en la mujer que en el hombre, tanto es así que actualmente se cuantifica en un 38% menos.

La promoción laboral también se ve mermada y el freno que supone la etapa del cuidado de los hijos compatibilizando con las tareas domésticas es para muchas luego insalvable a la hora de buscar empleo y reincorporarse al mundo laboral.

La mayoría de las mujeres que se autodefinen como feministas defiende que la libertad de elección referida a la maternidad, las ayudas del Estado a la dependencia y la infancia, y la transformación de la sociedad con  una nueva educación, es lo importante y que los retrocesos y recortes  suponen una grave amenaza para  la sociedad actual, y sobre todo para las mujeres.

Sin embargo, otras opinamos que, además de eso hace, falta difundir otros peligros, negados por el feminismo institucional. En primer lugar, hay que volver a apoyar a la familia, pero no como institución opresora de la mujer, sino como organización de colaboración, de educación en valores y económicamente sostenible. Desde esta opinión, el Estado debe aunar esfuerzos para favorecer el incremento de la natalidad, no con ayudas puntuales, sino con planes que mejoren la vida de las personas que decidan tener hijos. Y eso es una labor transversal que va desde el urbanismo de las ciudades, los medios de transportes, los horarios escolares, de centros de salud, reforma laboral sobre flexibilidad horaria, horarios comerciales y laborales, permisos de paternidad obligatorios, etc. Estas medidas, muchas de ellas  no requieren presupuesto, sin embrago mejoraría la vida de mujeres y hombres, y lo mejor, permitiría compatibilizar el trabajo a la mujer con la vida familiar.

Hay que cambiar muchas costumbres adquiridas y muchas tradiciones populares, si, pero no tenemos que tener miedo al cambio. Al igual que las sufragistas de principio del siglo XX, las mujeres tenemos que volver a las calles a protestar por el trato que nos da la sociedad y reivindicar un futuro mejor, y lograr el sueño de toda feminista: lograr un mundo  igualitario.

Ese debe ser ahora nuestra máxima prioridad.
Rocío Calleja Reina

Julio 2014

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