¿Soy
o no soy feminista?
Después de haber asistido en la última
semana a dos jornadas organizadas cada una de ellas por distintos organismos
públicos, y tras comparar la poca asistencia a los actos y
repercusión mediática de las mismas con las actividades proyectadas por Ágora y
ejecutadas en el primer semestre del año, he comenzado a analizar la situación
de las mujeres y de lo que está pasando a nuestro alrededor
De ahí, que me esté replanteando estos días
cuál debe ser el trabajo de las asociaciones de mujeres, y si es necesario un
nuevo planteamiento feminista, o por el contrario estamos obligadas a volver a
la acción, con reivindicaciones que hagan ruido y nos saquen en las noticias,
convencidas de que lo que no está escrito no está en el mundo.
Y digo esto, porque cuestiones como el
empoderamiento de la mujer, la igualdad, o la corresponsabilidad y la
conciliación laboral dan la impresión de
que son temas manidos, y por tanto compruebo que causan bastante hartazgo. En
cambio, si tocas temas como la violencia de género o el aborto tienes público
garantizado, pero claro para un sector concreto del feminismo, el resto, pasa
también del tema.
No ha ayudado tampoco que nuestras
organizaciones de mujeres durante demasiado tiempo hemos estado contado las
mismas cosas, con las mismas mujeres, y las mismas caras, por lo que el
discurso del patriarcado, la revisión de la agenda política, la reivindicación
de la presencia en los espacios públicos de las mujeres, es para muchas algo sectario
y excluyente. Otras a su vez, son consideradas de no feministas y carecer de
perspectiva de género en cuanto difieres
o no acates los planteamientos de las “auténticas feministas”,
En mi opinión, el problema del feminismo que aún no cuenta con una definición unívoca
del mismo, que sea capaz de integrar todas las reclamaciones de las mujeres, ya
que se ha caracterizado más por sus acciones que por otra cosa, segmentando a
las mujeres, incluso enfrentándolas. Cómo definición, aunque controvertida, me
gusta aquella que lo define como “la defensa de los derechos de la mujer se ha basado en la
convicción de la igualdad entre los sexos, y en la más general concepción del
término se refiere a cualquier persona que es consciente de cualquier
subordinación de la mujer, sea cual sea su causa, y lucha contra ella. (Lisa Tuttle,
1986)

La mujer, como hembra de la especie humana
está biológicamente diseñada para ser la reproductora y la cuidadora ¿Por qué
algunas personas entonces se empeñan en negarlo y decir que eso es fruto de una
educación patriarcal? ¿Acaso la hembra primate, que desde Darwin no se
cuestiona nuestros orígenes, no hace lo
mismo?
Por tanto, partiendo de la premisa de que
no se pueden negar las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, sobre
capacidades, emociones, habilidades, tampoco podemos negar que las mismas hayan
condicionado la historia del ser humano, su cultura y su tradición.
Esas diferencias no tienen por qué afectar
a los derechos de las personas. Aquí si todos y todas tenemos que tener los
mismos derechos y oportunidades. Por eso se empieza a hablar ahora de equidad,
porque lo que se trata es de dar a cada uno lo que es de justicia natural, no
porque lo diga una norma.
Sin embargo, en estos momentos en los que
sobre el papel, y al menos en nuestro país, todos somos iguales ante la ley, la
mujer sigue observando que sigue estando detrás del hombre en derechos. Esta
realidad es la que las nuevas feministas intentamos modificar, contando para
ello con los hombres, como parte fundamental del negocio jurídico, porque
necesitamos del pacto social si queremos transformar la sociedad.
En efecto, las consecuencias de la
situación de crisis de valores y económica en la que nos encontramos compromete
los avances logrados por nuestras predecesoras, poniendo en peligro el concepto
que muchas tenemos de una sociedad justa e igualitaria.
Así, las mujeres españolas hemos accedido a
estudios en igualdad de condiciones, demostrando nuestras capacidades académicas
sobradamente. Sin embargo, nuestra posición en las empresas, organizaciones políticas,
sindicales, universidad, etc, sigue siendo muy inferior al que la lógica
exigiría, no por cupo, sino por méritos. También hemos accedido al empleo, sin
embargo nos encontramos una situación de abandono de las carreras profesionales
de muchas mujeres, la renuncia a los tiempos completos en su trabajo, las
excedencias por cuidado de hijos/as y personas dependientes y la contratación a
tiempo parcial. Nos ocupamos del trabajo doméstico, incluso de los nietos para
que nuestros hijos e hijas puedan trabajar. Nos sacrificamos por nuestra
familia, incluso ahora muchas son las que sostienen la economía de su familia y
sus hijos.
Con ello, las mujeres no somos conscientes
aún de las consecuencias negativas que de ello se deriva en caso de rupturas
matrimoniales (más del 50% de los matrimonios celebrados en España terminan en
divorcio), independencia económica, y sobre todo y lo más alarmante el tema de
las pensiones. Lo vemos muy lejos algunas, pero las consecuencias van a ser muy
dramáticas, ya que los derechos generados para una futura pensión son
inferiores en la mujer que en el hombre, tanto es así que actualmente se
cuantifica en un 38% menos.
La mayoría de las mujeres que se autodefinen
como feministas defiende que la libertad de elección referida a la maternidad,
las ayudas del Estado a la dependencia y la infancia, y la transformación de la
sociedad con una nueva educación, es lo importante
y que los retrocesos y recortes suponen
una grave amenaza para la sociedad
actual, y sobre todo para las mujeres.
Sin embargo, otras opinamos que, además de
eso hace, falta difundir otros peligros, negados por el feminismo
institucional. En primer lugar, hay que volver a apoyar a la familia, pero no
como institución opresora de la mujer, sino como organización de colaboración,
de educación en valores y económicamente sostenible. Desde esta opinión, el
Estado debe aunar esfuerzos para favorecer el incremento de la natalidad, no
con ayudas puntuales, sino con planes que mejoren la vida de las personas que
decidan tener hijos. Y eso es una labor transversal que va desde el urbanismo
de las ciudades, los medios de transportes, los horarios escolares, de centros
de salud, reforma laboral sobre flexibilidad horaria, horarios comerciales y
laborales, permisos de paternidad obligatorios, etc. Estas medidas, muchas de
ellas no requieren presupuesto, sin
embrago mejoraría la vida de mujeres y hombres, y lo mejor, permitiría
compatibilizar el trabajo a la mujer con la vida familiar.
Hay que cambiar muchas costumbres
adquiridas y muchas tradiciones populares, si, pero no tenemos que tener miedo
al cambio. Al igual que las sufragistas de principio del siglo XX, las mujeres
tenemos que volver a las calles a protestar por el trato que nos da la sociedad
y reivindicar un futuro mejor, y lograr el sueño de toda feminista: lograr
un mundo igualitario.
Ese debe ser ahora nuestra máxima
prioridad.
Rocío Calleja Reina
Julio 2014
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